No quise escribir nada hasta pasados estos dos partidos de fogueo que tenía al frente Óscar Ramírez y los resultados hablan por sí solos.
Es decir, mientras la pretenciosa selección “alemana” que quiere armar Jurgen Klinsman con Estados Unidos caía humillada frente a Brasil -donde Neymar hizo lo que quiso-, nuestra Sele, mejor dicho la de Macho– cayó apenas por un gol de diferencia y terminó ganándole a Uruguay por la mínima.
Un partido donde se vio, a grandes destellos, que estamos frente a un entrenador conocedor de lo que hace, además de tener tras de sí un rico legado, tanto en el ámbito de futbolista como de entrenador.
Óscar supo respetar procesos, desde que fue asistente técnico en el Saprissa a convertirse en un entrenador histórico en La Liga Deportiva Alajuelense. En otras palabras, supo comerse las uñas desde el banquillo.
Ahora le llegó el turno de estar al frente de la Sele, una que reflejó en ambos partidos la distancia, en años luz, de la Selección de su antecesor y amigo, Paulo César Wanchope.
Respeto muchísimo a Paulo César como futbolista, y respeto aún más a su modista. Wanchope es un jugador histórico, eso nadie se lo va a quitar.
Todavía celebro aquel gol contra el Manchester United, o el que le anotó a Uruguay, valiéndole el apodo de La Pantera.
Sigo sin descifrar cómo del nudo que hacían aquellas largas piernas, salían unas jugadas impensables.
Aún sonrío al ver como la defensa chapina trataba de detenerlo a golpes; o aquella jugada en el estadio Tiburcio Carías que, con caño incluido, hizo un pase para lograr la anotación definitiva de Mauricio Solís, la cual nos acercaría al Mundial de Corea y Japón.
Pero una cosa es ser técnico, y otra muy distinta es ser jugador. Muchas veces ser un excelente jugador no garantiza que ocurrirá lo mismo una vez se cuelguen los botines, para dar paso a las corbatas.
A Óscar le ha ido bien, tanto como jugador, como técnico. Pero, como manudo confeso que soy, siento que su proceso en La Liga estaba tocando fondo; hasta Jeaustin Campos le ganaba y eso no se lo merecía.
Sus últimos partidos con Alajuelense jugaba al pelotazo, y encerrado. Hizo bien al hacerse a un lado y renovarse. Aunque, sigo creyendo que al Macho no le caería mal una serie de capacitaciones en el exterior.
Pero vamos a ser francos, Wanchope, al contrario de Óscar, no respetó procesos, y fue menos exitoso en el banquillo. Estuvo en Herediano, de donde salió por la puerta de atrás; luego en el Uruguay de Coronado, donde su paso no fue menos tortuoso.
Quizá, el logro más importante que tuvo Wanchope como técnico fue haber sido asistente del profesor Jorge Luis Pinto, en aquella enorme y soñada faena mundialista de Brasil.
Creo que cuando Eduardo Li -hoy preso en Suiza, con acusaciones de la fiscalía estadounidense, por fraude- le dio esa camisa, no sabía en lo que se metía, o tal vez si sabía muy bien lo que hacía, eso si usamos la infalible malicia indígena.
Creyó, supongo, que su imagen de jugador exitoso le bastaría para ser técnico.
Pero, pronto los reflectores de la prensa y afición, lo iban a despertar de ese sueño.
Luego de que se diluyera el “efecto Pinto” en la Sele, y se empezaba a ver con claridad que no sabía lo que hacía, que no tenía ideas, ni planteamientos; y la gota que derramó el vaso, vino en aquella triste conferencia de prensa, luego del partido donde la Concacaf le regaló un penal a México.
Paulo César parecía un canciller de la ONU; su tono conciliador, luego de semejante hurto, ardió a medio país.
Pero Wanchope siguió dando tumbos, tras decir en el programa Zona Técnica que a él ningún periodista le iba a decir como accionar.
Tanta arrogancia terminó, cuando le propiciaron una paliza en Panamá.
Luego de dos partidos de Ramírez al frente de la Tricolor, la cosa pinta bien.
Una Selección que no le falte peso en la ofensiva, y una banca que también sea fuerte, son detalles a ser trabajados por Óscar Ramírez.
En todo caso, Macho hizo en dos partidos todo lo no hecho por Wanchope en un año.