Por Marvin Obando (*)
Cuando Bora Milutinovic me anunció que jugaría en el partido ante Checoslovaquia, en la segunda ronda de Italia 90, asumí el reto con suma felicidad, porque supe en ese momento que me convertiría en el primer y único costarricense que ha jugado en dos Olimpiadas y un Campeonato Mundial.
La aspiración de todo futbolista es asistir a un Mundial, por lo importante del evento. Aunque a mí se me presentó la ocasión de estar en los Olímpicos de Moscú 80 y Los Angeles 84, la situación no es igual, porque allí se disputan todos los deportes, mientras que un Mundial es exclusivo del futbol.
Ya en 1978 había tenido la opción de lograr la hazaña de estar en una Copa del Mundo, pero el sueño se me frustró a nivel juvenil por una goleada que nos propinó Canadá (0 a 4), en la eliminatoria en Honduras, que era clasificatorio a la edición mundialista de Japón 79, donde surgió Maradona.
Aunque me faltó en realidad ese Mundial Juvenil, para cerrar con broche de oro mi partipación como futbolista, no me eché a morir. Sabía que la ocasión llegaría y esta se presentó 12 años después, en Italia 90, donde me sentí muy complacido y orgulloso de estar entre los 22 convocados por Bora.
Llegué con bastante madurez a Italia. Eso lo ayuda para conducirse con tranquilidad y deseos de superación, y a sentirse satisfecho de lo logrado, con trabajo y humildad: seis veces campeón con Herediano, un subcampeonato con Saprissa, dos Olimpiadas, un Mundial; ¿qué más puedo pedirle a la vida?
Nos soltamos a jugar
El partido ante una potencia como Checoslovaquia era muy importante. Bora nos volvió a brindar confianza, para que jugáramos simple al futbol. Y el equipo, entonces, estuvo más liberado, con la moral al tope, y se soltó a jugar.
En lo personal, tenía buenas expectativas para actuar. Estaba la vacante de Róger Gómez, quien no pudo jugar porque había acumulado dos tarjetas amarillas frente a Suecia, y para sustituirlo estábamos Guimaraes, Medford y yo.
La decisión estuvo muy dividida entre Guima y mi persona. Tres horas antes del juego nos reunimos todos y Bora me terminó de brindar la oportunidad.
Para mí, la designación no fue sorpresa; en los juegos de fogueo era uno de sus hombres de confianza. Pero una semana antes del Mundial se cambió todo el sistema, a raíz de un juego que Bora observó entre Escocia y Polonia. Los perjudicados fuimos Vladimir y yo. Bora requería laterales defensivos, que cerraran más los espacios, y entonces se inclinó por Chavarría y Chaves.
Eso, por supuesto, me afectó mucho; cualquier futbolista se hubiera sentido igual. Pero lo tomé con mucha tranquilidad y madurez; su explicación fue razonable. En el choque ante Escocia, yo iba a entrar de cambio, pero al final no se pudo, porque el tiempo se acabó y me quedé con esa ilusión de jugar.
El encuentro con Checoslovaquia, entre tanto, lo acogí con mucha calma, aunque confieso que los primeros minutos sí estuve tenso y nervioso. Mi función era darle profundidad al grupo por el sector izquierdo, con el acompañamiento de José Carlos Chaves.
Mi sustitución al finalizar el primer tiempo se produjo porque íbamos perdiendo 1 a 0 y como no venía jugando, el sacrificado lógico fui yo. Bora me explicó después que estaba jugando bien, pero que había que darle mayor poder ofensivo al equipo; primero entró Medford y luego Guima.
El problema de ese partido fue cuando empatamos, mediante el golazo de cabeza de Rónald González. El equipo cogió confianza y cometió el error de irse totalmente hacia adelante. Las líneas se abrieron y el esquema se partió.
Entonces Checoslovaquia aprovechó esos espacios y nos llenó de goles, para ganarnos 4 a 1. Con ese marcador, todo el mundo le achacó la derrota a Hermidio Barrantes, pero para mí su labor fue excelente, evitó otros tantos y en los goles nada pudo hacer porque fueron imparables.
Por ello, nos molestó la actitud de la gente contra él, al llegar al aeropuerto Juan Santamaría. Las personas le gritaban, lo insultaban, lo amenazaban y hasta lo hicieron llorar. Nos sentimos mal por él, al igual que Bora. Se sintía abatido y se fue a otro lado, cuando el expresidente Rafael Angel Calderón y su señora se lo tuvieron que llevar en su vehículo. Una gran injusticia.
Nostálgico adiós
Si el recibimiento en Mondoví fue lindísimo, de igual forma lo fue la despedida de esa ciudad. Cuando llegamos éramos como dioses, pero cuando nos fuimos ese pueblo sufrió y tuvo un gesto maravilloso, entre besos, abrazos y lágrimas. Enormes recuerdos que siempre llevaré conmigo.
Pero no olvidaremos las últimas horas. Mientras mirábamos una película, don Edén -el chofer que nos transportó en autobús durante mes y medio- apagó la televisión y cogió el micrófono, 20 minutos antes de arribar al aeropuerto de Roma. Ahí nos despidió con lágrimas en los ojos, lo que reflejaba todo la estima de su pueblo, y casi todos terminamos atacados, llorando con él…
Como muestra de agradecimiento, tras haber sufrido las bromas que le dábamos, lo abrazamos y, para que nos recordara siempre, le regalamos como 50 botellas de vino y… creo que todavía las debe estar tomando.
Lo que hizo Costa Rica en Italia fue increíble, pero voy a ser honesto: ni nosotros, los jugadores, pensábamos que íbamos a llegar tan lejos. Pero cuando nuestro futbolista quiere y se propone hacer bien las cosas, puede llegar muy largo.
(*) Relato adaptado del testimonio del mundialista Marvin Obando, publicado en el fascículo 8 de los “Tiempos de Selección”, del diario “La Nación” (1997).