Por Luis Gabelo Conejo Jiménez (*)
El partido contra Brasil fue el más complicado de todos los que jugamos en el Mundial Italia 90, porque nos enfrentamos a una de las mejores selecciones auriverdes de la historia.
Brasil, tradicional favorito al título, presentó un equipo muy superior al europeo, poseedor de gran experiencia y roce internacional, ensamblado de antemano para tocar el balón y con recursos tácticos de peso, como el mítico “centro de banana”, mortal para el portero pues cuesta mucho llegarle.
Ellos conformaban un grupo equilibrado, mezcla idónea entre el futbol latino y el europeo, con jugadores que actuaban en el Viejo Continente; unos potentes, con asfixiante marcaje a presión para ahogar en el mediocampo, y otros con mucha chispa y exquisita técnica para desequilibrar adelante.
Recuerdo que, en los entrenamientos previos, la confianza y la moral se elevaron al máximo por haberle ganado a Escocia. Nuestra actitud y mentalidad eran diferentes. La prensa que nos abandonó antes del Mundial, empezó a acercarse a la concentración en Mondoví porque les llamaba la atención la sorpresa que habíamos dado.
Sin embargo, Bora, que era muy abierto con todo el mundo, decidió por esos días lanzar una cortina de humo y hacer una práctica a puertas cerradas. Los periodistas no ingresaron y terminaron viéndolo por huequitos o desde algún árbol. Pero lo curioso es que no hicimos ningún trabajo diferente al que ya habíamos hecho en semanas anteriores.
En lo personal, me sentía un tanto relajado porque sabía que ellos no eran tan altos ni cabeceaban tan bien como los de Escocia o Suecia. Pero, ¡diay!, cuál fue mi sorpresa que, cuando nos topamos en el pasillo, vimos a unos verdaderos gigantes: Mozer, Ricardo Gomes, Branco y Mauro Galvao.
El resultado fue, para ellos, un mal negocio pues ganaron apenas 1 a 0, con autogol de Mauricio Montero, en una jugada extraña. Fue durante un saque de banda, en el cual hubo una mínima desatención. Mozer se anticipó y la cabeceó hacia atrás. Muller la remató, le pegó a Flores en el hombro y a Mauricio en una pierna. Así me la desviaron y entró.
Hubiera sido bonito empatar 0 a 0. La intención era sacar el mejor resultado; no pudimos descifrar su juego. Les guardamos mucho respeto y siento que debimos ser más agresivos. No concebíamos que no pudiéramos acercarnos a su área y ni siquiera hacer un remate a marco.
Mano a mano con Careca
Antes del debut mundialista, un entrenador italiano, llamado Roberto Negrissolo, nos preparó a los tres porteros en Manziana -un pueblito cercano a Roma- para mejorar el juego aéreo con miras a los partidos contra escoceses y suecos. Esta filosofía la ejercitamos también con Bora, Rolando Villalobos y Rodrigo Kenton.
Todo lo anterior me sirvió para tener mucha confianza y lucirme ante los brasileños pues realicé intervenciones muy bonitas, como aquel tiro libre de Valdo, quien pateó con chanfle y yo apenas atiné a desviarla a una sola mano, en el primer tiempo.
Me acuerdo también del mano a mano con Careca, cuando le saqué la bola y, por el impulso que llevaba, le enganché el pie y le cometí penal. El arbitro no vio la falta, por lo rápido de la acción, y esa bola le quedó luego a Muller, de cara a la portería, pero por casualidad se la pude sacar con el pie derecho.
Y al final del juego, aquel tiro libre de Branco, que me torció la mano y todavía me está echando humo, por la potencia que le imprimió a su remate, dada su gran facilidad para chanflear con el borde interno o externo del pie.
Ante Brasil, cuando terminó el juego, supe que mi labor fue acertada porque recibí del arquero brasileño Taffarel la felicitación y unas palabras de aliento. Con buen español, ya que vive en la frontera con Uruguay, me dijo que admiraba mi forma de atajar. Eso fue un detalle de gran orgullo para mí.
Brasil se fue silbado y eso premió nuestro empeño y sacrificio, cuando simplemente disfrútabamos de todo lo que hacíamos en el campo. El mismo rey Pelé lo reconoció; bajó de la tribuna y se metió a nuestro camerino a elogiarnos.
(*) Relato adaptado del testimonio de Luis Gabelo Conejo publicado en el fascículo 8 de los “Tiempos de Selección”, del diario “La Nación” (1997) y en el fascículo “Los Mundiales de Fútbol”, de La Nación (2010).