En los cuentos de hadas, las princesas suelen tener finales felices pero en este cuento pasó todo lo contrario. Luego de la precaria, mediocre, patética y ridícula participación de la Sub-23 en el Preolímpico de la Concacaf donde solo pudo alcanzar un solo punto, el final de este cuento es terror.
Luis Fernando Fallas quizá no tenía ni la preparación ni el carácter para sacar adelante una preolímpica atiborrada de una generación de las más flojas que se haya visto a esas edades y con un camerino complicado, lleno de princesos, lindo término que me gusta usar, sin que tenga tintes machistas, todo lo contrario. Las princesas son criadas en el patriarcado, son delicadas, hay que hacerles todo y si es un hombre esto son iguales con un gran ego.
Es preocupante, sin embargo, que desde hace rato el fútbol nacional viene dando palos de ciego mientras un país más pobre, sin Proyecto Gol y con una liga más precaria que la tica siga clasificando a los Juegos Olímpicos como la Selección de Honduras, cuyas esperanza se elevan de hacer un mejor papel de la mano del profe Jorge Luis Pinto.
Quizá el mejor jugador de la “Sele” era David Ramírez, a quien aún le tengo mucha esperanza; es un gran jugador, pícaro, veloz con gol, pero parece que se está apagando. David y sus constantes problemas de indisciplina es algo que le debe preocupar a las personas que están cerca suyo.
La entrada que le hizo a su colega hondureño refleja que el muchacho ocupa ayuda terapéutica para manejar esos peligrosos arranques de ira por él como persona y por el fútbol nacional que urge de delanteros con gol, que urge de un número “9” killer en el área. David Ramírez es el reflejo de su tiempo. Ocupa con urgencia un terapeuta, no un pastor.
Por otro lado es lamentable que no se avance en el tema Sub-23, que a la larga será la selección que alimentará a la Mayor, pero que esta generación por el momento, salvo Ronald Matarrita y David Ramírez, no tienen nada más que ofrecer al fútbol nacional. Triste y preocupante como la maldición de los princesos ha caído en las canchas nacionales.
Pero los princesos son culpables, tanto como los federativos, y quizá esos cortes de cabello, los tatuajes, los bronceados son, por el momento, el reflejo de la mediocridad con la que se ha venido trabajando las ligas menores en clubes y selecciones. No más princesos, queremos fútbol, gente que juegue.