
Por: Jafet Soto Molina (*)
Llegar a jugar hace tres décadas entre los mejores futbolistas del mundo –menores de 20 años–, durante el Campeonato Mundial Juvenil de 1995 celebrado en Catar, fue para mí una clara demostración de que no hay barreras que el futbolista costarricense no pueda sobrepasar, si así se lo propone con humildad y sacrificio.
La cita universal de Catar ’95 fue una vitrina importantísima para todos. Nos abrió las fronteras en el exterior. Un Mundial de la FIFA bonito en el desierto asiático, de inolvidable convivencia entre pueblos hermanos de muy diversas y exóticas culturas.
Ahí aprendí que había que dar la máxima entrega cuando se juega lejos de la patria, y lo cierto es que lo dimos todo, hasta donde alcanzaron las fuerzas.
Ardua tarea
Ingresé en el seleccionado juvenil desde un principio del proceso, a comienzos de 1994, y a los cuatro meses de entrenar con la Tricolor, me dieron el chance de debutar en el primer equipo del Club Sport Herediano, algo que fue muy significativo para mí.

A mí me recomendó mi amigo, Freddy Chaves, cuando Manrique Quesada estaba en el reclutamiento de jugadores por todo el país. Los integrantes se unieron poco a poco, pero al equipo, como conjunto, no le fue bien y se preparó a duras penas, con cero fogueos de calidad y nada de implementos adecuados para una Selección Nacional.
Recuerdo que antes de participar en la fase final de la Concacaf en Honduras, enfrentamos una eliminatoria previa contra Panamá y todo resultó fácil, porque los goleamos sin misericordia por 8-0 y 6-0.
El entrenador Henry Duarte dejó el equipo nacional al recibir una buena oferta de Limón. Fue entendible, entonces, lo que hizo porque posee buena preparación académica en Alemania y, además, la Federación Costarricense de Fútbol (Fedefútbol) nunca le brindó las facilidades mínimas para trabajar.
Su relevo, el técnico Luis Roberto Sibaja, llegó a dirigirnos a solo un mes de la eliminatoria regional. El equipo estaba casi listo; nos faltaba el fogueo y el más interesado en darnos esa preparación era el propio entrenador del Deportivo Saprissa, Carlos Linaris.
Gracias a él, la Selección Juvenil de Costa Rica tuvo la opción de prepararse en el Mundialito menor organizado por el Saprissa, ya que pudimos jugar contra buenos equipos: el Independiente Medellín de Colombia (ganó 2-1), Flamengo de Brasil (cayó 1-4) y la Universidad Católica de Chile (perdió 0-3).
Llegamos a San Pedro Sula, Honduras, y afrontamos una fase eliminatoria de la Concacaf difícil desde el principio, porque en el mismo grupo los organizadores hondureños nos ubicaron a México, ya que no querían que su seleccionado los enfrentara en la primera fase.
El primer partido fue contra Jamaica, un rival complicado desde el arranque, porque nos pitaron un penal y expulsaron a Léster Morgan, nuestro arquero titular. El equipo tuvo la fortaleza y, con diez hombres, volcamos el partido a nuestro favor a un 3-1.

Luego goleamos 5-1 a Guatemala y eliminamos 2-1 a México, en un partido en que los sorprendimos con dos goles en los primeros 15 minutos, cuando a Jéwisson Bennett y a mí nos tocó anotar en desequilibrantes acciones.
Recuerdo que los mexicanos eran como leones heridos y se nos vinieron encima. Pero nuestro equipo sacó la casta y fue superior. Al final, nosotros celebramos y ellos se enojaron. Hubo una tremenda bronca que, por suerte, no pasó a más.
Ya en la segunda ronda, perdíamos 2-0 con Canadá y el equipo hizo la hombrada otra vez, para ganar 4-2. Nunca se me olvidará el gol que hice, desde media cancha, cuando bañé al portero canadiense con un tiro de izquierda.
Consolidamos la clasificación al Mundial Juvenil de Catar ’95 al igualar 1-1 ante El Salvador y cerramos nuestra actuación ante Honduras, en Tegucigalpa, pero no pudimos mantener el invicto y caímos por la mínima diferencia de 0-1.
Sentimos gran satisfacción en aquella ocasión porque vencimos una serie de obstáculos que perjudicaron la preparación del equipo nacional. Esa vez había muchos problemas con los clubes, al punto que viajamos con dos delegados que no se podían ni ver (Salvador López y Armando Acuña) e incluso habían empeñado los muebles de la Federación.
Un mundo de diferencia
La Selección Sub-20 de Costa Rica no llegó bien al Mundial catarí. Solo tuvimos tres partidos de fogueo en una triangular internacional a nivel Sub-23 que se disputó en Emiratos Árabes Unidos, contra el equipo local (caímos 0-2), Egipto (empatamos 2-2) y Marruecos (perdimos 0-1). No ganamos un solo partido, pero siento que nos comportamos en forma aceptable.
La vergüenza apareció después. Por falta de apoyo federativo, fuimos el hazmerreír. No quiero que suene a excusa, pero nuestra indumentaria deportiva no era la mejor y se supone que si íbamos a una fiesta, debíamos ir bien vestidos.

Mientras otros equipos lucían sus mejores galas, nosotros parecíamos pordioseros. Nuestro equipaje para mes y medio constaba de dos camisas, dos pantalonetas, un buzo y un par de zapatos para cada uno, además de la ropa que nos regalaron varios patrocinadores del Mundial.
Como anécdota recuerdo que tuvimos que utilizar parte de los viáticos para mandar a hacer un uniforme de juego, porque el que teníamos se destiñó cuando lo lavaron después de los partidos en Emiratos Árabes Unidos. Sin embargo, se equivocaron en la tienda deportiva de Catar y no escribieron bien los apellidos en las camisetas. La empresa, acongojada, nos regaló las pantalonetas, que usamos en uno de los juegos del Mundial. Mi expresión esa vez fue que “¡ojalá esto no vuelva a suceder!”.
En el primer juego del Mundial de Catar 1995 contra Australia se puso en evidencia la falta de fogueo, además de lo duro de debutar ante un equipo fuerte, y perdimos 2-0. Creo que resentimos la ausencia en la zaga de Alfredo Morales, lesionado en uno de los fogueos en Emiratos Árabes Unidos.
El siguiente desafío era Alemania, en un partido de vida o muerte. Salimos decididos a ganar y lo logramos por 2-1. Jéwisson Bennett conquistó el primer gol, en un tiro de penal, pero a mí tocó la suerte de convertir un increíble segundo gol, que aún tengo grabado en mi retina.
Me encontraba por la derecha y Hárold Wallace me envió un pase filtrado al espacio; logré adelantarme por velocidad a un defensa alemán y, desde la esquina del área grande, la curveo y meto la bola al ángulo derecho del buen portero rival (Simon Jentzsch), quien, por cierto, evitó una goleada en su marco.
En el último partido del Mundial fuimos superiores a Camerún. No me explicó cómo fuimos a caer por 3-1, después del espectacular gol de Jéwisson Bennett, al eludir tres rivales. Si hubiese habido justicia, deberíamos haber ganado. El punto clave fue cuando fallamos un penal, pero al igual que lo erró Jéwisson, yo pude haberlo fallado también.
Este equipo del técnico Luis Roberto Sibaja fue un grupazo. Estábamos muy unidos en el objetivo y eso fue muy importante. No llegamos muy lejos en el Mundial Juvenil de Qatar ’95, pero al menos quedamos en el décimo lugar, el más alto alcanzado hasta entonces por una Selección de Costa Rica en una Copa del Mundo de la FIFA, dentro de su rica historia mundialista.
(*) Relato adaptado del testimonio de Jafet Soto Molina, hoy presidente de Fuerza Herediana y director técnico del Club Sport Herediano, publicado hace casi 28 años en el fascículo 9 de los “Tiempos de Selección”, editado por el diario “La Nación”, el 13 de mayo de 1997.
