“La epopeya celeste, leyenda épica en los Mundiales, enmudeció a 200.000 gargantas brasileñas, en 1950. Ahí estaba el silencio. Eso era el silencio. Doscientas mil almas reunidas y apenas si se sentía el silbido del viento. Y eran 200.000 almas brasileñas. De esas almas tan sensibles, que con cualquier excusa arman un carnaval…”.
“Si hasta hace un minuto cantaban… Si hasta hace un minuto eran campeones mundiales de futbol… Pero hace un minuto que están en un silencio imponente. Y parece un siglo”, era la descripción de los cronistas presentes en el juego clave de la fase final por el cetro de la Copa Mundial de fútbol, que tuvo lugar hace 72 años en Río de Janeiro, Brasil.
Los protagonistas eran Brasil y Uruguay, y la sede el majestuoso estadio Maracaná, el domingo 16 de julio de 1950. Y todo parecía programado pues Brasil, además de poseer un equipo brillante, había hecho lo necesario para ganar el Campeonato Mundial… Le bastaba un empate para coronarse campeón. Pero no pudo ser.
Precisamente, durante la última semana, el pasado jueves 16 de julio del 2020, se cumplió un aniversario especial del célebre Maracanazo. Inmediatamente después de terminada, el juego decisivo de la ronda final del Mundial de 1950 en el Maracaná dejó de ser un partido de fútbol. Se convirtió en una metáfora sobre cómo el pequeño puede tumbar al gigante.
Hoy, más de siete décadas después, analistas aclaran que aquel encuentro que se incrustaría a fuego en las historias de Brasil y Uruguay tuvo poco de casualidad y mucho de confirmación.
Un recorrido por “el túnel del tiempo” para situarnos en el domingo 16 de julio de 1950. Los diarios adelantaban la victoria en sus titulares: a Brasil le bastaba con un empate para levantar la Copa del Mundo.
Sobre las 3 de la tarde, el plantel local salió a la cancha del estadio Maracaná, rebosante de espectadores como nunca volvería estarlo, con franelas que rezaban “Brasil campeón” debajo de sus camisetas. El alcalde carioca, Angelo Mendes de Morais, vaticinó por altavoces, y en la cara de la oncena visitante, que en minutos la Seleçao se consagraría campeona del mundo.
Afuera, carrozas y fuegos artificiales aguardaban el pitazo final que le daría a Brasil un título mundial de fútbol por primera vez en su historia. Todo el país estaba pronto para la fiesta.
Noventa minutos más tarde, con el 2-1 a favor de Uruguay, el jolgorio daba lugar a la conmoción.
“Fue la primera vez en mi vida que escuché algo que no era ruido”, diría años más tarde el capitán Juan Alberto Schiaffino, autor del primer gol uruguayo, sobre el silencio envolvente de las 200.000 personas que colmaban el estadio. Fue, también, el inicio de un mito que se volvería parte del ADN uruguayo.
Desde entonces, el denominado Maracanazo es, por antonomasia, cualquier triunfo que se produce en la adversidad y contra todos los pronósticos.
Sin embargo, 70 años después del partido que se convirtió en la versión deportiva de David contra Goliat, analistas dicen que el resultado tuvo más de lógica que de hazaña.
Entre goles y recuerdos
“Llegamos al Maracaná tres horas antes y nos aguantamos todos los gritos, las bombas y los silbatos de los brasileños. Pero fuimos antes porque teníamos hasta miedo de llegar tarde al partido y perder los puntos, por el tránsito y los festejos que había en la cancha. Cuando salimos, la cancha era imponente. Pero no nos aflojó, al contrario, el marco nos unió más. Además, íntimamente, habíamos hecho nuestro un axioma viejo como el futbol: ‘hay que respetar a todos los rivales, pero no temerle a ninguno’…”, revivió el arquero Roque Gastón Máspoli en la revista El Gráfico y el Mundial (1977).
El atacante Albino Cardoso, más conocido como Friaça, puso a Brasil en ventaja los 47 minutos. Delirio en todo el país. Grito ensordecedor en las tribunas. Todo el mundo esperaba que trituraran a los celestes…
“Cuando comenzó el partido, ellos (los brasileños) comenzaron a jugar muy fuerte, aunque se equivocaron. Buscaron las piernas a Ghiggia y a Julio Pérez. Dos jugadores fríos, imperturbables, que ni mosquearon por la rudeza de los brasileños. Cobraban y seguían corriendo. Ni un gesto, ahí creo que comenzaron a perder. Ellos se pusieron 1-0 y el marco fue infernal. Desde atrás del arco escuchaba todo, pero estaba muy tranquilo”, detalló Máspoli.
Pero por una defensiva local titubeante, Juan Alberto Schiaffino empalma un remate, ante centro retrasado de Ghiggia, e iguala para Uruguay a los 66′, cuando quedaban 23 minutos por jugarse.
“Vi que Ghiggia había recibido de Obdulio Varela en su sector y enfilé para el borde del área grande. Me fui cerrando. Cortando campo en diagonal, aparecí cerca de la línea del área chica en posición de interior derecho. Ghiggia me hizo el pase justo y como venía, de perfil al arco, la empalmé de lleno con el empeine derecho. Cuando Barbosa se tiró la pelota ya había entrado cerca del primer palo y vi que la red se inflaba allá arriba”, recordó Schiaffino en la revista especial Los Maravillosos Mundial de Fútbol, producida por la revista El Gráfico, de Buenos Aires, Argentina, en abril de 1986.
El 1-1 se hacía grande en la pizarra. Se acercaba el final. Con el empate, Brasil igual se clasificaba monarca, aunque la gente súbitamente perdía alegría, como si presintiera lo que iba a ocurrir.
Quedaban 11 minutos. El entreala uruguayo, Julio Pérez, tomó la pelota a la altura de la línea media de Brasil y, en jugada de pared, se la entregó corta a Alcides Ghiggia. El puntero entró en diagonal…
“Yo veía que me acercaba a los palos blancos y corría, corría… derecho al arco, pero con poco ángulo”, revivió en 1977 el autor del histórico gol.
Schiaffino entraba por el medio, como en el gol del empate, pero esta vez Ghiggia prefiere cambiar: un amague, el arquero local Barbosa se abre para tapar el centro y deja justo un hueco, entre su cuerpo y el poste izquierdo…
“Tiré con efecto. Barbosa la alcanzó a arañar. Pero no la contuvo. Me di vuelta gritando el gol y los muchachos casi me matan con los abrazos… Era una cosa extraña: solo el grito de nosotros se escuchaba, once celestes festejando ante 200.000 brasileños que no lo podían creer. ¡Eramos los campeones…!”, describió Ghiggia.
Llanto en el Maracaná
Un silencio helado y sepulcral cubrió el Maracaná, cuando se escuchó el pitazo final del inglés George Reader. Uruguay 2, Brasil 1. Hubo estupor en un pueblo que tiene como religión el futbol. Lágrimas en miles de ojos, ataques de histeria y hasta suicidios, como el de un sargento de las Fuerzas Armadas brasileñas, que dijo: “Brasil murió”.
La derrota dio lugar al caos en Brasil y a la felicidad de su oponente. Uruguay retornó a la Copa Mundial tras una ausencia desde 1930 y refrendó su supremacía mundial, con un futbol de garra y coraje, basado en el temperamento, la simpleza y la versatilidad. Y el silencio desplazó al carnaval. Todo por culpa de Ghiggia.
Cuando Jules Rimet, presidente de la FIFA, asomó por el túnel del estadio Maracaná, la multitud abandonaba las graderías en silencio. Once hombres de celeste se abrazaban. Rimet solo atinó a entregar el trofeo al capitán Obdulio Jacinto Varela, de acuerdo con el relato que hizo el veterano dirigente al escribir sus memorias.
“Cuando bajé del palco oficial, el juego estaba empatado. Cinco minutos más tarde, a la salida del túnel, un silencio sepulcral reemplazó al tumulto. No hubo himno ni discurso oficial. Me encontré solo, empujado por todas partes hasta que, con el trofeo en la mano, casi a escondidas, pude entregarlo al capitán uruguayo, estrechándole la mano sin poder decirle una sola palabra”, reseñó Rimet en su autobiografía.
El doloroso drama brasileño fue descrito así por Mario Filho, famoso comentarista deportivo de Brasil: “Parecía que la multitud de 220.000 personas no se movía. Estaba paralizada, transformada en piedra. Pero los que podían llorar, sollozaban; los que podían andar, huían del Maracaná. Cuando yo iba saliendo, vi un muchacho rodar y caer de cara al piso, como muerto. Nadie lo socorrió…”.
“El estadio se vació y aquellos rostros permanecían inmóviles, como si el tiempo se hubiese detenido, como si el mundo se hubiese acabado. No se oía una bocina de los autos que regresaban. La ciudad cerró las ventanas, se sumergió en el luto. Era como si cada brasileño hubiera perdido al ser más querido. Peor que eso, como si cada brasileño hubiera perdido el honor y la dignidad. Por eso muchos juraron aquel 16 de julio de 1950 no volver nunca a una cancha de futbol. Pocos se dieron cuenta de que, en aquel desafío, germinaba una generación de campeones del mundo”, finalizó su relato.
Una derrota eterna
Las historias y anécdotas en torno a aquel partido son incontables. Las primeras sucedieron nada más sonar el pitido final. Cuentan que se contabilizaron cientos de suicidios en Brasil, algunos de ellos en el propio Maracana. La gente se precipitaba desde lo más alto del estadio al vacío. Una imagen grotesca que ensombrecía aún más lo sucedido en Río de Janeiro aquella tarde.
El seleccionador que aquel equipo, Flavio Costa salió varios días más tarde del estadio y disfrazado de mujer para no ser reconocido. La torcida les esperaba en la salida, fuirosa por no haber conseguido el título, y su solución fue intentar pasar desapercibido.
Sin embargo, la historia le ha deparado lo peor a Moacir Barbosa, portero de aquella selección brasileña. Desde ese momento, el que fuese uno de los mejores de su generación se convirtió en una persona non grata por su ‘mala suerte’. Cuentan que, en un mercado de Rio, una mujer se acercó con su hijo y le dijo “mira, este es el hombre que hizo llorar a todo Brasil”.
En 1994, durante el Mundial de Estados Unidos, Barbosa tuvo intención de ir a visitar a la plantilla que disputaría el torneo. Sin embargo, el cuerpo técnico y los jugadores se negaron. “Llevensé a ese hombre que solo trae mala suerte”, dijeron. Entonces, pronunció una frase que quedará para la historia del fútbol brasileño: “En Brasil, la pena máxima es de 30 años, pero la mía fue perpetua”.
Del lado uruguayo, todo lo contrario. Todos los integrantes de aquella delegación hicieron historia y se convirtieron en leyendas. Para el recuerdo, una frase del verdudo de los brasileños, Alcides Ghiggia: “Solo tres personas han conseguido silenciar Maracaná: Frank Sinatra, el Papa y yo”.
Derribando mitos
A pesar de que la historia ha alimentado el mito como resultado de “una gesta heroica” de los uruguayos, el periodista Atilio Garrido, autor del libro Maracaná, la historia secreta, asegura que el triunfo visitante “no fue casualidad”.
Apenas en mayo de 1950, ambas selecciones se habían enfrentado en otro torneo, la Copa Rio Branco, donde Uruguay se presentó “sin director técnico, sin entrenamiento, con total desorganización”, según Garrido, en tanto “Brasil venía de una concentración de tres meses a régimen militar”. Sin embargo, la Celeste se impuso en el primer partido 4-3.
“Y perdió ajustadamente y con errores del árbitro los otros dos encuentros por esa copa”, apunta por su lado el periodista Luis Prats, quien ha escrito múltiples libros sobre fútbol.
“Con el ‘Maracanazo‘, a veces se pone el acento en el tono de ‘hazaña’ (…) y se deja de lado que Uruguay tenía un gran equipo”, agrega.
La Celeste era por entonces una potencia futbolística, con dos títulos olímpicos (1924, 1928) y uno mundial (1930), que consiguió invicta. Por eso “Maracaná fue una confirmación para quienes lo vivieron”, dice el sociólogo Felipe Arocena, de la Universidad de la República.
“Esto fue bastante más que la final del 50, aunque la épica de Maracaná terminó opacando” la campaña de tres décadas anteriores.
“Era un partido posible de ganar y perder”, insiste Garrido. “Lo convirtió en gesta la historia que se escribió después”.
Épica vs. realidad
Y la historia escribió que, en los siguientes 70 años, Uruguay no volvería a ganar un Mundial.
Para algunos, el relato épico del Maracanazo tuvo su incidencia, pues estacionó al país en la idea de que la victoria es posible simplemente a fuerza de ‘garra’ (actitud).
La nostalgia de aquella final es también la nostalgia de una época floreciente desde lo económico, que cuando comenzó su deterioro arrastró consigo al fútbol.
“Como país chico y sin grandes recursos cada vez se le hizo más difícil competir en un deporte donde el dinero tiene importancia creciente”, admite Prats.
Además, cuando Uruguay empezó su decadencia económica “al deporte en general se le dejó de dar la importancia desde el Estado que había tenido a comienzos de siglo”, dice Arocena.
“Quisimos suplir la impotencia futbolística con el golpe, la patada y la mal entendida garra”, agrega.
Eso comenzó a cambiar de la mano del director técnico charrua Óscar Washington Tabárez, quien tomó las riendas del seleccionado en ek 2006. “Fue el reenganche con la profesionalización y la preparación científica y psicológica de los jugadores”, señala el sociólogo.
El eslabón ganado
Pero aún hoy, siete décadas después, el estadio Maracaná, de Río de Janeiro, sigue pesando en el imaginario colectivo uruguayo.
“Es un episodio que convoca al orgullo nacional, con aspectos que parecen de leyenda”, opina Prats, aunque también hace hincapié en que estimula la nostalgia, “a veces con exceso”.
También cimenta parte vital de la idiosincrasia uruguaya, en un país diminuto que lucha por destacarse entre dos mastodontes como Argentina y Brasil: “el pequeño que puede contra el gigante”.
Arocena, que coordinó la investigación publicada en el libro ¿Qué significa el fútbol en la sociedad uruguaya?, resalta que para los uruguayos este deporte es la “seña de identidad internacional más importante”.
En ese contexto, “Maracaná es un eslabón en una cadena histórica de sucesos y éxitos, un eslabón sin duda más brillante y esencial que los otros que forman esa cadena del ser futbolístico oriental (uruguayo)”.
La visión brasileña
Cuenta el astro y rey del fútbol, Edson Arantes do Nascimento, el famosísimo Pelé, que cuando Uruguay marcó el gol de la victoria en el Mundial de 1950 contra Brasil, su padre rompió a llorar y que él le prometió, con apenas nueve años, que ganaría un Mundial para compensarle.
Ese 16 de julio de 1950, Uruguay logró su segunda Copa del Mundo de fútbol tras remontarle a Brasil por 1-2, con goles en el tramo final de Schiaffino y Ghiggia, en Maracaná, el gigantesco estadio de Rio de Janeiro especialmente construido para ese torneo.
El Maracanazo tuvo de lejos una repercusión mayor que otros sinsabores futbolísticos, como la derrota de Brasil en la final del Mundial 1998 frente a Francia o el 7-1 que Alemania le propinó en Belo Horizonte en la semifinal del Mundial de Brasil 2014.
Para el sociólogo Ronaldo George Helal, profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ), “el trauma” se explica en gran medida porque Brasil era, en 1950, un país que buscaba situarse en el mundo, en un momento de consolidación del Estado-nación.
El resultado de ese partido se viviría entonces como “la victoria o la derrota de un proyecto de la nación brasileña”, fundado en el relato de un país de armonía racial, unido en torno a la pelota, dijo Helal en una reciente entrevista con la Agencia France-Presse (AFP).
“Hasta la década de 1930, no había en Brasil una idea de lo que era la nación brasileña” y esta noción fue elaborada en gran medida por el sociólogo Gilberto Freyre, quien en su obra Casa-gande & Senzala, de 1933, “trae el mestizaje como un atributo del valor positivo” y que, según autores posteriores, encontraba un claro exponente en los botines de fútbol.
Esa idealización ya había sido cuestionada en 1950 por el Proyecto Unesco, que pretendía entender cómo funcionaba una “democracia racial, sin segregación sistemática como ocurría en Estados Unidos o Sudáfrica”.
Pero “descubrimos que sí había racismo, que era un racismo velado, con la cuestión de la pobreza”.
Barbosa, pena sin fin
Para la opinión pública nacional, el gran culpable del Maracanazo fue el portero negro Moacir Barbosa. Ese ensañamiento fue creciendo con los años y pesó sobre el propio jugador, pese a que siguió actuando en grandes clubes.
“La pena máxima (de cárcel en Brasil) es de 30 años, pero yo ya llevo 40 pagando” por esa derrota, lamentó Barbosa en los años 90.
Para el sociólogo Ronaldo George Helal, el trauma se arrastró hasta que Brasil conquistó el tricampeonato, en México 1970, que fue vivido “como una victoria de la nación brasileña”.
Y con el paso del tiempo, la sociedad brasileña entendió que “los partidos de la selección son victorias o derrotas deportivas”, incluido el 7-1 de 2014 ante Alemania en casa.
“En 1950 fue una tragedia; en el 2014, un vejamen que se convirtió en meme, porque la gente ya no le dio tanta importancia”, declaró Helal, para quien eso muestra “una mayor madurez de la sociedad”.
Además, los hinchas tienden a identificarse más con sus clubes que con el equipo nacional, opina el especialista en sociología.
“Yo soy del Flamengo, Y si me preguntan si prefiero que Flamengo gane la Libertadores (es el actual campeón) o la Seleción la Copa del Mundo, respondo sin titubear: prefiero que Flamengo gane la Libertadores”, confiesa Helal.
En cuanto a Edson Arantes do Nascimento, el rey Pelé, pudo cumplir rápidamente la promesa que le hizo a su padre. Apenas ocho años más tarde, el joven prodigio se proclamó Rey en el Mundial de Suecia 1958, ofreciendo a la Canarinha el primero de los cinco trofeos conquistados hasta ahora.
Desde entonces, el Maracanazo ha sido el partido más famoso de la historia. Y eso que ya pasaron siete décadas desde aquel 16 de julio de 1950, en Río de Janeiro. A casi nadie le importó que, por culpa del juego, hayan sido condenados al ostracismo jugadores como el portero Moacir Barbosa tras haber sido uno de sus ídolos. Por encima de todo, está el ejemplo de entereza y garra que Uruguay dio aquella vez.
Fue otra época, fueron otros jugadores… Desde aquella tarde de gloria infinita, la camiseta celeste de la selección uruguaya es sinónimo de victoria imposible y de hazaña insospechable. Triunfos que casi nunca llegan, para un futbol uruguayo que ha acumulado más fracasos que satisfacciones, desde entonces.
El partido del recuerdo
Brasil: 1
Uruguay: 2
Fecha: 16 de julio de 1950.
Motivo: Juego decisivo de la ronda final del Mundial en Brasil.
Estadio: Municipal Maracaná, de Río de Janeiro (Brasil).
Árbitros: George Reader (Inglaterra), asistido por Arthur Edward Ellis (Inglaterra) y George M. Mitchell (Escocia).
Goles: Friaça, a los 47’ (Brasil). Juan Schiaffino, a los 66’; y Alcides Ghiggia, a los 79’ (Uruguay).
Asistencia: 173.850 espectadores.
Alineación de Brasil: Moacir Barbosa; Augusto Da Costa (capitán) y Amanso Juvenal; José Carlos Bauer, Danilo Alvim y Joao Ferreira Bigode; Albino Cardoso Friaça, Tomas Soares Da Silva Zizinho, Ademir Marques de Menezes, Jair Rosa Pinto y Francisco Aramburu Chico. Director técnico: Flavio Costa (brasileño).
Alineación de Uruguay: Roque Gastón Máspoli; Matías González y Eusebio Tejera; Schubert Gambetta, Obdulio Jacinto Varela (capitán) y Víctor Rodríguez Andrade; Alcides Edgardo Ghiggia, Julio Pérez, Omar Óscar Míguez, Juan Alberto Schiaffino y Rubén Morán. Director técnico: Juan López Fontana (uruguayo).
Detalle: No hubo una final. El campeón fue definido en una ronda decisiva, con los cuatro ganadores de los grupos de la primera fase. El último duelo tuvo, a pesar de todo, el carácter de una final.
Campeón mundial de 1950: Uruguay.
Nómina de Uruguay, campeón mundial 1950
PORTEROS (3): Roque Gastón Máspoli (Peñarol), Aníbal Paz (Nacional) y Luis Borghini (Peñarol; fue el tercer guardameta de la Celeste; por tanto, no jugó ni estuvo en el banco de suplentes).
DEFENSAS (5): Matías González (Cerro), Wílliam Martínez (Rampla Júnior), Eusebio Tejera (Nacional), Obdulio Jacinto Varela (Peñarol) y Héctor Vilches (Cerro).
VOLANTES (6): Víctor Rodríguez Andrade (Central Español), Schubert Gambetta (Nacional), Juan Carlos González (Peñarol), Washington Ortuño (Peñarol), Rodolfo Pirri (Nacional) y Julio César Britos (Peñarol).
DELANTEROS (9): Alcides Edgardo Ghiggia (Peñarol), Juan Alberto Schiaffino (Peñarol), Omar Óscar Míguez (Peñarol), Rubén Morán (Cerro), Julio Pérez (Nacional), Juan Burgueño (Danubio), Luis Alberto Rijo (Central Español), Carlos Romero (Danubio) y Ernesto José Vidal (Peñarol).
DIRECTOR TÉCNICO: Juan López Fontana (uruguayo).
Maracaná, escenario de la leyenda charrúa del 50
El estadio Maracaná, sede hace 72 años de la ronda final del Mundial de Brasil 1950, fue finalizado e inaugurado meses antes de la disputa de aquella Copa de la FIFA. La idea era tener una cancha en la que entrase la mayor cantidad de gente posible y transformarla en un bastión en el que la selección brasileña, gracias al apoyo de la torcida, no perdiese nunca.
Durante el Maracanazo, su nombre oficial era Estadio Municipal do Maracaná, que fue construido en 1950 por la Municipalidad de Río de Janeiro para albergar ocho juegos del Mundial de ese año. El 20 de enero de 1948 se colocó la primera piedra y, tras dos años de construcción, se concluyó un coloso que iba a reunir a 220.000 espectadores.
No hay una cifra exacta de la cantidad de gente que vio aquel partido decisivo en directo (la FIFA afirma que fueron 173.850 personas), pero se estima que fue por encima de los 200.000. En 1964 se le cambió el nombre por Estadio Jornalista Mário Filho, en honor del periodista fundador del diario Jornal des Sports, pero se sigue utilizando la denominación antigua y es considerado uno de los inmuebles deportivos más importantes del planeta-fútbol.
Está ubicado al oeste de Rio de Janeiro, en el barrio de Maracaná. Actualmente se trata de una zona con gran desarrollo que mezcla oficinas con residencias. Como curiosidad, cabe destacar que la fachada del estadio estaba sin pintar y la idea de la organización fue hacerlo del color de la camiseta del equipo que ganase el Mundial de 1950. Cuando ya estaba la pintura blanca preparada (por aquel entonces Brasil vestía de blanco), Uruguay dio la sorpresa.
Ahora, parte de la estructura está pintada de celeste. Muchos cariocas aseguran que se pintó así debido al color de la bandera de la ciudad. Sin embargo, la realidad es que se trata de un recuerdo maldito para ellos.
Actualmente es el estadio de Flamengo y Fluminense, los dos equipos más importantes de la ciudad. En un duelo entre ambos se batió el récord de más asistente a un partido entre clubes. Fue en 1963 y acudieron 194.000 espectadores.
La estructura comenzó a resentirse con el paso del tiempo. En 1992, durante un partido entre Botafogo y Flamengo, se derrumbaron parte de las gradas. Tres personas murieron en el accidente y otro medio centenar sufrieron lesiones. Esto abrió el debate de si debía reformarse. Muchos criticaban que cualquier cambio haría que el estadio perdiese su esencia.
Sin embargo, los fallos estructurales lo hicieron inevitable y se rehabilitó de cara al Mundial de Brasil que se jugó en 2014, al reducirse su capacidad a 88.992 personas, tras diferentes reformas. Sesenta y cuatro años después del mítico duelo Brasil-Uruguay en 1950, Argentina y Brasil disputaron una final del Mundial de la FIFA 2014 en el mismo estadio, con un triunfo germano por 1-0 en los tiempos extraas.
Maracanazo llegó al cine en el 2014
Montevideo, Uruguay. Maracaná, documental deportivo que narra el mítico triunfo de Uruguay ante Brasil que le dio hace 72 años la Copa del Mundo a La Celeste en 1950, se estrenó el 12 de marzo del 2014, cuando despertó risas, emoción y eufóricos festejos de gol en más de 10.000 espectadores que disfrutaron de una función especial montada en el mítico estadio Centenario, Montevideo.
Los uruguayos gritaron, entonces, junto a Alcides Edgardo Ghiggia, el gol del exdelantero que le dio la victoria a Uruguay (1-2) frente a Brasil el 16 de julio de 1950, fecha en que nació la leyenda del Maracanazo. “Estoy contento porque le di una alegría a la gente nuestra que vivió esa época, pero sobre todo a los jóvenes que me dan ganas de vivir, de seguir adelante”, comentó Ghiggia antes del inicio del filme, despertando aplausos de pie del público; tenía 87 años de edad, un año antes de morir en el 2015.
El filme, dirigido por los uruguayos Andrés Varela y Sebastián Bednarik, recopiló imágenes inéditas de las concentraciones de Uruguay y Brasil, de prácticas de varias selecciones participantes del Mundial 1950 en territorio brasileño, pero fundamentalmente retrata las impresiones de charrúas y brasileños protagonistas de esa Copa y sus sociedades.
Esta fue la primera vez que se exhibió una película en el legendario estadio Centenario, que tuvo una pantalla especialmente traída de Alemania y sonido con calidad de las salas convencionales.
“Elegimos hacer de esto un ritual y el escenario natural era el Centenario como primer estadio mundialista”, dijo Varela en el 2014.
La cinta de 75 minutos, coproducción uruguayo-brasileña, tuvo un presupuesto de 680.000 dólares e incluyó imágenes que se creían perdidas.
Luego de la exhibición en el Centenario, la película llegó con éxito a los cines uruguayos y tiempo después, en junio del 2014, el DVD salió al mercado. Además, la película se exhibió en Brasil durante el Mundial brasileño, como parte del festival Cinefootball, especializado en filmes relacionados con el balompié, y se cumplieron fechas posteriores en Perú, Ecuador, y una gira por las colonias uruguayas en Estados Unidos.
El documental está basado en el libro Maracaná: La historia secreta, del periodista uruguayo Atilio Garrido, y contó con imágenes inéditas de la época filmadas en 35 y 16 milímetros, registros televisivos y las propias entrevistas llevadas a cabo por los directores tanto en Brasil como en Uruguay.
Según los directores, la película mostró un lado “mucho más humano” de los héroes uruguayos de ese partido, con imágenes inéditas de aquella época que narran la historia de un grupo de gente en el que algunos “se ganaban la vida poniendo ladrillos cinco meses antes del Mundial 1950”.
Varela rechazó que este documental fuera “la narración definitiva” del Maracanazo y pidió a las nuevas generaciones que en lugar “de quedarse mirando atrás, miren adelante… El Maracanazo sí lo fue una hazaña”.
Recuerdos de Uruguay 1950, en cifras
El guión parecía escrito. Brasil iba a albergar la cuarta Copa Mundial de la FIFA. Brasil iba a ganar la cuarta Copa Mundial. Los brasileños habían marcado la friolera de 5,75 goles por partido de camino a la conquista de la Copa América el año anterior. Poseían una línea de ataque a alucinante con Zizinho en el centro. Incluso llevaban semanas ensayando cánticos de victoria. Obdulio Varela y compañía decidieron saltarse el guión. Esta es la historia estadística del triunfo de Uruguay en 1950, según el sitio FIFA.com.
173.850
espectadores asistieron al encuentro entre Uruguay y Brasil y establecieron así el récord de asistencia para un partido de la Copa Mundial. Aunque esta es la cifra oficial, se cree que hubo más de 200.000 personas en el interior del Maracaná aquel día, exactamente un mes después de la inauguración del estadio.
65
años exactos después que su gol otorgó a Uruguay el triunfo en el Mundial, el 16 de julio de 2015, Alcides Ghiggia falleció a los 88 años de edad. El exjugador de Peñarol y de la Roma ha sido el único miembro de la selección de Uruguay de 1950 que ha vivido para ver un segundo Mundial celebrado en Brasil, aunque tuvo que superar fatalidades por el camino. En el 2012, un camión chocó con el Renault Clio de Ghiggia, quien salió disparado por el parabrisas y estuvo ingresado en la UVI durante 37 días en los que se temió por su vida. Ghiggia no fue el único jugador del combinado de Juan López que alcanzó una edad muy avanzada. Aníbal Paz falleció en el 2013, dos meses antes de cumplir 96 años.
53
años y 236 días tenía George Reader en el momento de arbitrar el Uruguay-Brasil, cuando se convirtió en el árbitro de más edad que ha pitado jamás un partido del Mundial. Increíblemente, este inglés, profesor de escuela de profesión, nació nueve años antes que Ivan Eklind, el árbitro de la final de 1934.
22
días antes del comienzo de Brasil 1950, Uruguay ni siquiera tenía seleccionador. Óscar Marcenaro y Romeo Vásquez habían dirigido al equipo con algunos resultados para el olvido. Peñarol se negó a liberar a sus jugadores si se nombraba para el cargo a Héctor Castro, a Enrique Fernández o a José Nasazzi, todos ellos afiliados a Nacional. El Bolso respondió con el veto del entrenador de Peñarol, el húngaro Imre Hirschl. La historia terminó por fin cuando la Federación Uruguaya de Fútbol volvió a entregar las riendas a López, cuya única experiencia en el fútbol de clubes era como ayudante médico en el Central Español.
20
ejemplares del periódico O Mundo, que en su portada tituló Aquí están los campeones del mundo sobre una foto del equipo brasileño, desparramó Obdulio Varela por el suelo de los aseos del Hotel Paysandu el día del partido decisivo. El capitán de Uruguay escribió con tiza en los espejos “Pisen y orinen en estos periódicos”, regresó al restaurante del hotel y ordenó a sus compañeros que visitaran los lavabos y siguieran sus instrucciones.
17
partidos habían pasado desde la última vez que Uruguay había mantenido su puerta imbatida hasta que Roque Gastón Maspoli consiguió la gesta en la goleada impresionante por 8-0 que los suyos endosaron a Bolivia en Belo Horizonte. La Verde había derrotado por 3-2 a La Celeste, con Paz en la meta, en la Copa América de 1949 en Río de Janeiro.
10
era la inmensa diferencia de goles con la que Brasil aventajaba a Uruguay (+11 a +1) en la última ronda de camino al encuentro decisivo. La Seleção había derrotado a Suecia por 7-1 y a España por 6-1, mientras que La Celeste había empatado a 2-2 con España y se había impuesto a Suecia por 3-2. Además, la ventaja por diferencia de goles sobre Uruguay que Brasil había registrado en la Copa América de 1949 fue la cifra astronómica de 45 (+39 a -6).
8
goles sin réplica metió Uruguay a Bolivia para auparse al cuarto puesto (compartido) de la lista de victorias más abultadas de la historia de la Copa Mundial. Solo superan esta goleada el Hungría 10-1 a El Salvador en 1982, el Hungría 9-0 a Corea del Sur en 1954, y el Yugoslavia 9-0 a Zaire en 1974.
8
años tardó Juan Alberto Schiaffino en marcar un gol internacional fuera de Brasil. Tras haber debutado con Uruguay en enero de 1946, el atacante vio puerta en un encuentro de la Copa Río Branco con Brasil en Sao Paulo y tres veces en el Mundial de 1950. Sin embargo, fue incapaz de marcar un gol fuera del mayor país de Sudamérica (ni siquiera en su Uruguay natal) hasta que puso fin a la sequía con cuatro tantos en cinco partidos de Suiza 1954.
7
de sus últimos nueve partidos perdió Uruguay de camino al Mundial de 1950, seguramente la peor racha de un equipo triunfador rumbo a la fase final. Entre las derrotas de los charrúas se incluían las sufridas contra los entonces modestos Chile, Paraguay y Perú.
7
hombres superaban a Schiaffino en la publicación que en 1994 hizo la revista France Football, de París, Francia, en 1994 sobre los 100 mejores jugadores de la historia del Mundial: (por orden) Pelé, Diego Maradona, Franz Beckenbauer, Just Fontaine, Gerhard Gerd Muller, Garrincha y Robert Bobby Moore. Schiaffino ocupó el octavo puesto en la clasificación que publicó la revista italiana Guerin Sportivo con los 50 mejores jugadores del siglo XX, por delante de futbolistas como Michel Platini, Franz Beckenbauer y Eusebio.
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grupos de familiares han ganado el Mundial. José Andrade fue una de las estrellas de la edición de 1930, mientras que su sobrino Víctor Rodríguez Andrade (también mediocampista de contención) jugó en todos los partidos que disputó Uruguay en 1950. Los otros grupos de familiares estuvieron formados por hermanos: Fritz y Ottmar Walter con Alemania Occidental en 1954, y Jackie y Bobby Charlton con Inglaterra en 1966. Uli Hoeness jugó en la victoria de Alemania Occidental contra Holanda en la final de 1974, pero su hermano Dieter formaba parte del equipo derrotado en el partido decisivo de 1986.
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jugadores únicamente han visto puerta en cada partido de una campaña triunfal de un equipo ganador del Mundial, y ambos curiosamente no eran delanteros, sino extremos derechos. Alcides Ghiggia marcó un gol en cada uno de los cuatro encuentros de Uruguay en Brasil 1950, aunque sorprendentemente no marcó ningún gol con La Celeste fuera de dicha copa. Jairzinho vio puerta en los seis encuentros de Brasil en México 1970.
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única participación en el Mundial protagonizó Rubén Morán en toda su carrera, y con ella contribuyó a que Uruguay se proclamara campeón. Cuando Ernesto Vidal sufrió una lesión de camino al choque contra Brasil, el técnico Juan López otorgó la titularidad al tímido jugador de 19 años. Morán, Pelé y Giuseppe Bergomi son los únicos adolescentes que jugaron en un partido decisivo del Mundial, y los tres se proclamaron campeones.
Síntesis del Mundial de Brasil 1950
- Campeón mundial: Uruguay.
- Países miembros de la FIFA: 70.
- Países en la eliminatoria: 33.
- Participantes: 13; a saber, 6 de Europa, 5 de Sudamérica y 2 de Norteamérica.
- Posiciones finales: 1-Uruguay. 2-Brasil. 3-Suecia. 4-España. 5-Yugoslavia. 6-Suiza. 7-Italia. 8-Inglaterra. 9-Chile. 10-Estados Unidos. 11-Paraguay. 12-Bolivia. 13-México.
- Partidos jugados: 22.
- Goles anotados: 88 (promedio: 4,0).
- Mejor ataque: Brasil, con 22 goles.
- Goleadores: Ademir (Brasil), con 9 tantos; Óscar Míguez (Uruguay) y Estanislao Basora (España), con 5; Alcides Ghiggia (Uruguay), Chico (Brasil) y Telmo Zarra (España), con 4; Kosta Tomasevic (Yugoslavia), Juan Schiaffino (Uruguay), Karl Erik Palmer (Suecia) y Stig Sundqvist (Suecia) con 3.
- Total de espectadores: 1.337.000.
- Equipo ideal 1950 (formación 1-3-2-5): Antonio Ramallets (España), portero; Matías González (Uruguay), Eusebio Tejera (Uruguay) y José C. Bauer (Brasil), defensas; Obdulio Varela (Uruguay) y Antonio Puchades (España), volantes; Alcides Ghiggia (Uruguay), Zizinho (Brasil), Ademir de Menezes (Brasil), Juan Schiaffino (Uruguay) y Lennart Skoglund (Suecia), delanteros.
FUENTES CONSULTADAS: Libro “Hazaña”, tomo 2 de la serie coleccionable “Los Mundiales de Fútbol” (2010), del diario “La Nación”; agencias Telam y AFP, Wikipedia y archivo de “Buzón de Rodrigo. YouTube: Cadena ESPN, Marca, BBC News Mundo, NBC Deportes, Telemundo, Televisión Pública Noticias de Uruguay Antena 2, Deportv Agencias Telam, Agence France-Presse (AFP), “Memorias de Fútbol” e “Historias del Deporte”. Fotografías: Archivo de Rodrigo Calvo.